sábado, 29 de agosto de 2009

Hoy es el día del abogado...y yo soy abogada, y tengo sentimientos contradictorios en este día que si no fuera por el saludo de un amigo colega y el del Colegio de Abogados, realmente se me hubiera pasado por alto por completo.
 Yendo estrictamento a estos sentimientos contradictorios que me alcanzan. diré que tienen un origen lejano, se remontan a mi adolescencia y llegan hasta el presente.
 La abogacía fue por muchos años mi carrera de estudios,.algunos años más de los que hubieran tenido que ser, gobiernos de facto, listas negras, matrimonio, hijos, partidas, en fin una amalgama pero en este caso de diferentes acontecimientos de mi vida, me llevaron a terminar mi carrera ya adulta entrando en la madurez y además, rendir la ultima materia, recibirme, jurar y matricularme fueron todos actos muy seguidos y casi inmediatamente anteriores a mi separación. Es más, muchas veces pienso que ese hombre que es el padre de mis hijas y nada más para mí, estaba a la espera de que yo terminara, me recibiera, para irse definitivamente.
 El comienzo de mi carrera también se dio en circunstancias atípicas y también ingratas a mi sentir. Hube de hacer el curso de ingreso sola en Buenos Aires, en casa de una señora amiga de la familia, pero como yo era una nena de mamá y papá, los extrañaba mucho y vivía esperando un feriado largo para ir a verlos, estaban a mil km de mi ciudad.
 El amor lo había perdido en aquella ciudad en donde vivían mis padres y por lo tanto también me hallaba sola y triste en ese aspecto de mi vida.
 Llegó el verano y por fin terminé el curso de ingreso, sólo estuve unos días de vacaciones en las casa de mis padres y volvimos todos a Buenos Aires, fue tan solo llegar y que mi hermanito de 15 años contrajera una enfermedad a los riñones que en cuatro años se lo llevó de la vida.
Como es de suponer, mi carrera uniersitaria quedó absolutamente en segundo lugar y ya nunca, salvo casi al recibirme pudo ocupar el lugar de privilegio que debe tener en una joven estudiante, para que el título logrado sea con felicidad y productivo, tanto en el orden social como individual.
 Nada de eso se dio en mi caso, yo terminé mi carrera al fin cinco años después de que partiera para siempre víctima de la leucemia, mi hija mayor. Ya mis emociones eran un cristal que estallaba al menor rozamiento, al ínfimo decibel. Sin embargo lo hice, terminé, me recibí y como el padre de mis hijas decidió terminar de destruir una familia ya rota por la muerte de nuestra nena, no tuve más remedio que dedicarme de lleno a trabajar en la profesión, lo cual a esta altura ya no estaba en mis planes. Mi intención en ese tiempo de terminar de estudiar abogacía, fue enseñarle a mi hija más chica que ante lo peor que nos pueda ocurrir en la vida, igualmente hay que levantarse y seguir, no debemos dejar que el dolor pueda con nosotros. La vida continúa sobre todo cuando se tiene otra hija de ocho añitos. Pero hete aquí, que mi enseñanza debió ir mucho más allá que el logro del título, ya por necesidad, tuve que ponerme a trabajar nuevamente, esta vez como abogada y cargando una cruz que pesaba muchísmo más que la anterior a la partida de mi hija. 
Yo fui una persona que toda mi vida trabajé en relación de dependencia en tareas administrativas, pero a los cuarenta años me encontré sola, con una hija, sin mi trabajo anterior que había dejado con la partida de la primera y con un título universitario que no podía quedar guardado en el placard. Debía mostrarse y largarse al ruedo. Y así lo hice, y caminé tribunales de toda la provincia de Buenos Aires, he llegado a viajar desde La Plata a San Isidro en un micro destartalado para poder adelantar juicios de divorcio que en aquellos tiempos eran los que daban de comer a mi hija. He estado subida a colectivos diversos de un lado a otro de la ciduad como jamás lo estuve en mis años de empleada administrativa, hice las colas más interminables y cansadoras (amansadoras las llamamos en Argentina) que cualquiera pueda imaginarse. He hablado, dialogado, discutido y peleado en audiencias y fuera de ellas por los derechos de mis clientes mucho más de lo que ellos mismos pueden saberlo o reconocerlo, he escuchado a más mujeres llorando por los alimentos que sus maridos no les pasan a sus hijos y por los maridos por los regímene de visitas que sus ex-exposas no les permiten también con sus hijos,. mucho más de lo que yo misma hubiera imaginado intervenir. He tenido que mediar dividiendo bienes conyugales, que iban desde siete u ocho locales y una vivienda pasando por las mesitas de luz y terminando con las cucharitas!! Sí, porque hasta por las cucharitas se pelean los matrimonios que están divorciándose!! Si alguien vio la Guerra de los Roses, la película norteameriana, no dude que tiene un 99% de realidad. Eso sin contar los domingos en que el teléfono me despertaba para salir corriendo a una comisaría porque una mujer había sido golpeada, o lo más fuerte que me pasó en el ejercicio de la profesión, haber sido golpeada por una abuela, la parte contraria del juicio por supuesto, tirada de los cabellos e insultada delante de la mismísima policía y el oficial de justicia en una diligencia donde el mandamiento de la jueza ordenaba la entrega inmediata de una menor a su padre, ya que acababa de morir la mamá y la abuela materna se negaba a la entrega. Ese día salí de mi casa a las 7 de la mañana y volví a las 8 de la noche, previa estadía en la comisaría desde las 2 de la tarde, sin poder irse porque debían declarar infinidad de testigos, ya que hubo golpes de todos los tamaños y colores.
Y bueno, para contar hay mucho en diez años de profesión ininterrumpida y ejercida todos los días. No fue muy agradable el sabor que me dejó todo eso, salvo el recupero de la menor con su padre y algunos cuantos conflictos familiares resueltos que hoy todavía se me agradecen, lo demás no fue muy motivador, no era edificante y para terminar tampoco todo lo redituable que se pueda imaginar. Porque todo abogado que ejerza y litigue en el fuero de familia sabe que es el más traumático de los fueros, pero el peor pago. No solamente no se puede cobrar mucho extrajudicialmente, ya los honorarios regulados en juicio son bajos cuando a veces ni siquiera los regulan, hay que pedirlos.
 En fin, que este es un día del abogado, donde me replanteo mucho el ejercicio de una profesión que en algunos aspectos hasta parecce insalubre y que, no lo he contado aquí porque da para una entrada mucho más extensa y profunda...tiene además en su contra el deplorable estado de la insitución justicia por lo menos en la provincia de Buenos Aires. Donde la mayoría de los juzgados se hallan saturados y donde el nivel de corrupción y connivencia con las partes al solo efecto de beneficios personales es más que alto.
 Entonces, una a veces se encuentra incrustada en un medio hostil donde nos movemos como en la selva, ganará sin duda el más fuerte, no el que tenga razón y sea justa su causa, no, el más fuerte, el que tenga más poder y más conexiones en las altas esferas judiciales y políticas.
 Y como una llega a una edad de la vida en la que ya no cree en las hadas, en los gnomos y menos aún en que una golondrina hace verano sola, entonces decide, como yo quizás  otras, trabajar el derecho desde una óptica más bien doctrinaria, desde un punto de vista casi docente y entonces así, gana menos aún pero ahorra en terapia y entonces se transforma en una hormiguita laboradora al extremo pero escondida en su hormiguero rodeada de libros y jurisprudencia para armar demandas y escritos que otros firmarán y acudirán a sus audiencias, este cambio, que no conlleva la totalidad de lo que debe ejercer en la profesión el abogado, a veces lo amerita la propia salud del letrado en cuestión. Este es mi caso.
Por eso hoy mi sentires son orgullo por el logro de un título universitario que tanto deseaba mi padre y al fin no pudo verlo, al principio, frustración luego por tanto trabajo, tanto esuerzo y tan poca retribución no solo material sino emotiva y resignación al final por terminar haciendo lo que no hubiera querido, la ausencia de enfrentamiento, el alejamiento del ámbito tribunalicio. Aunque así por lo menos continúo inmersa aún en aquellos conceptos que aprendí hace ya años en aquel edificio que era mi segundo hogar, la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, institución a la cual le estoy agradecida, porque es pública, como lo fue toda mi educación  y con la cual todavía me siento obligada a devolver todo lo que me dio, a pesar de los avatares de esta profesión con la cual demasiadas veces para mi gusto tengo una enfermiza relación amor-odio..Y bueno... tal vez... no debería  esperar mucho más después de años de litigar en el siempre criticado pero nunca suficientemente considerado, ni bien ponderado...fuero de familia? verdad?

Melan

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