lunes, 26 de septiembre de 2011

El tiempo




No podía acostumbrarse a ella, aunque lo intentara no podía, aunque tratara de que no se note, aunque no pensara en ello, no podía. Y no podía porque existía una dicotomía en ella, por fuera era "eso" y por dentro era "aquello", seguía siendo "aquello", aquello tan bello y tan dulce y tan suave y tan tierno y tan inocente que atrajo miradas y sonrisas y caricias y besos tiernos y de los otros. Aquello, había sido ella, una mujer hermosa, más aún, una mujer bella, sus cabellos castaños, sus grandes ojos verdes, su boca perfecta no hacían más que acentuar  una belleza que venía de lo más profundo de su alma, porque fundamentalmente, ella... era un alma bella.
 Pero la corriente del río que atraviesa el gran valle de la vida no se detiene nunca, busca su cauce, el océano, donde en definitiva terminan muriendo todos los ríos cargados de limo y verdes resacas y ajadas riberas y barrosas playas. Su río no fue distinto y ya había cruzado lo mejor, la cascada, y desde allí corría serpenteante hacia al mar a un ritmo inusitado, a un ritmo que ella jamás había notado que sucediera.
 Es que el tiempo de la juventud se vive sin notarlo, es como si no existiera, es como si los relojes se hubiesen detenido cuando se cumplen veinte años. Porque toda la máquina humana está preparada para alcanzar las mayores alturas y distancias en esa época, luego no, luego de pasar  varias décadas, todo cambia, varía inexorablemente y más aún en la mujer y ella era una.
 Hacía un tiempo ya que vivía recluída, distante de todo y de todos, no quería que nadie la viera, temía la comparación con la que fue en su pasado, la misma comparación que ella hacía. Se había transformado en una mujer solitaria, una mujer a quien su belleza de juventud le deparó una eterna soledad en su madurez y seguramente lo sería aún más en su ancianidad.
 Había llegado a tal punto de rechazo de su rostro y de su cuerpo en general, que se había desprendido de todos los espejos, no quería ver el deterioro exterior ¿Cómo verlo? ¿Cómo aceptarlo? Si el interior seguía pleno de emociones, de necesidades insatisfechas, de deseos de crear, seguía pletórico de amor...
 No lo soportaba más y por lo tanto se decidió a hacerlo, aquel día que se quedó totalmente sola, cerró puertas y ventanas, apagó todas las luces, fue al baño y con el frasco de comprimidos en la mano y un vaso de agua en el otro esta vez sí se miró al espejo...
 Cuando su hija llegó la encontró durmiendo.