viernes, 18 de marzo de 2011

La soledad: ¿aprender a vivir solos o animarnos a buscar relaciones?

Un mal de nuestro tiempo





Los psicólogos consideran que alguien está solo cuando no mantiene comunicación con otras personas o cuando percibe que sus relaciones sociales no son satisfactorias. Tres características definen la soledad: es el resultado de relaciones sociales deficientes, constituye una experiencia subjetiva ya que uno puede estar solo sin sentirse solo o sentirse solo cuando se halla en grupo; y, por último, resulta desagradable y puede llegar a generar angustia.




La soledad, salvo excepciones, es una experiencia indeseada similar a la depresión y la ansiedad. Es distinta del aislamiento social, y refleja una percepción del individuo respecto a su red de relaciones sociales, bien porque esta red es escasa o porque la relación es insatisfactoria o demasiado superficial. Se distingue dos tipos de soledad: la emocional, o ausencia de una relación intensa con otra persona que nos produzca satisfacción y seguridad, y la social, que supone la no pertenencia a un grupo que ayude al individuo a compartir intereses y preocupaciones. Parece, por otro lado, que la soledad está relacionada con la capacidad de las personas para manifestar sus sentimientos y opiniones.






Cuando nuestra habilidad para relacionarnos es deficiente, aumenta la probabilidad de que nos quedemos solos ya que las relaciones que mantenemos son menos entusiastas y empáticas. En general, las personas con problemas de neurosis se muestran convencidas de que no resultan amables ni dignas de ser apreciadas, y rechazan cualquier tipo de amigos potenciales con el objetivo de protegerse a sí mismos del posible rechazo. La soledad esta muy relacionada con la pérdida de relaciones con ese conjunto de personas significativas en la vida del individuo y con las que se interactúa de forma regular. La definición más común de soledad es la de carencia de compañía y que se tiende a vincularla con estados de tristeza, desamor y negatividad, obviando los beneficios que una soledad ocasional y deseada puede reportar.






La ausencia de un ser querido






Cuando (por separación en la pareja, fallecimiento de un ser querido u otra causa) desaparece de nuestra vida alguien a quien hemos amado o que ocupaba un espacio estelar en nuestra cotidianeidad, nos invade una particular sensación de soledad, un vacío, una nada enmudecida que nos sume en la tristeza y la desesperanza. Hemos de sobrellevar la dolorosa percepción de horfandad, de ausencia de una persona insustituible. Nos vemos perdidos y sin referencias en las que antes nos apoyábamos para afrontar la vida.






Somos seres sociales que necesitamos de los demás para hacernos a nosotros mismos. Y no sólo para cubrir nuestras necesidades de afecto y desarrollo personal, sino también para afianzar y revalidar nuestra autoestima, ya que ésta se genera cada día en la interrelación con las personas que nos rodean.






La pérdida es irreemplazable pero no debe ser irreparable. Ese hueco o, mejor, su silueta, quedará ahí pero si nos permitimos sentir la tristeza y nos proponemos superarla a base de confianza en nosotros mismos, podremos reunir fuerzas para establecer nuevas relaciones que cubran al menos parcialmente ese déficit de amor que la ausencia del ser querido ha causado. Hemos de intentar que la carencia de esa persona no se convierta en una carencia general de relaciones. Esta soledad es dolorosa, pero puede convertirse en positiva si la interpretamos como oportunidad para aprender a vivir el dolor sin quedarnos bloqueados. Y para generar recursos y habilidades para continuar transitando satisfactoriamente por la vida. Debemos interiorizar y controlar el dolor, sabiéndolo parte inherente a la vida, aprendiendo a no temerlo y a no mantenernos al margen del sufrimiento como si de una debilidad o incapacidad se tratara. Quien sabe salir del dolor está preparado para disfrutarla la plenitud en momentos venideros.






La soledad social






La de quien apenas habla más que con su familia, sus compañeros de trabajo y sus vecinos es una soledad muy común en este mundo nuestro. Nos sentimos incapaces de contactar con un mínimo de confianza con quienes nos rodean, tememos miedo que nos hagan o nos rechacen. Plantamos un muro a nuestro alrededor, nos encerramos en nuestra pequeña célula (en ocasiones, incluso unipersonal) y vivimos el vacío que nosotros mismos creamos y que justificamos con planteamientos como "no me entienden", "la gente sólo quiere hacerte daño", "para lo único que les interesas es para sacarte algo", "cada vez que confías en alguien, te llevas una puñalada". Si la soledad es deseada nada hay que objetar, aunque la situación entraña peligro: el ser humano es social por naturaleza y una red de amigos con la que compartir aficiones, preocupaciones y anhelos es un cimiento difícilmente sustituible para asentar una vida feliz. Es una meta difícil y las estructuras y hábitos sociales de nuestra civilización frenan este empeño de hacer y mantener amistades, pero merece la pena empeñar lo mejor de nosotros en el intento.






Esa soledad no deseada puede convertirse en angustia, si bien algunos se acostumbran a vivir solos. Se revestirá esta actitud de una apariencia de fortaleza, autosuficiencia, agresividad o timidez. Y todo, para esconder la inseguridad y el miedo a que no se nos quiera o no se nos respete.






Hay también otras soledades indeseadas, como esas a las que se ven abocadas personas mayores, amas de casa, o quienes muestran una orientación sexual no convencional, o quienes sufren ciertas enfermedades, incapacidades físicas o psicológicas o imperfecciones estéticas.






Un estado transitorio, nada más






La soledad es una situación que hemos de aspirar a convertir en transitoria y que conviene percibir como no forzosamente traumática. Podemos mutarla en momento de reflexión, de conocernos a fondo y de encontrarnos sinceramente con nuestra propia identidad. Hay un tiempo para comunicarnos con los demás y otro (que necesita de la soledad) para establecer contacto con lo más profundo de nosotros mismos. Hemos de "hablar" con nuestros miedos, no podemos ignorarlos ni quedarnos bloqueados por ellos. Es conveniente que, en ocasiones, optemos por la soledad. En suma, equilibremos los momentos en que nos expresamos y atendemos a otros, y los que dedicamos a pensar, en soledad, en nuestras propias cosas.






Vencer la soledad no deseada: unos pasos útiles






1) Diagnóstico: qué tipo de soledad es la que estamos sufriendo y a qué circunstancias se debe.






2) Conocernos bien. Dejemos a un lado el miedo a mirar dentro de nosotros, y afrontemos la necesidad de saber cómo somos: nuestras ilusiones y ambiciones, limitaciones y miedos, quién quiero ser, cómo me ven, cómo me veo...






3) Fuera la timidez. Tomemos la iniciativa para conseguir nuevas relaciones. Establezcamos qué personas nos interesan, y elaboremos una estrategia para contactar con ellas.






4) No hay nada que perder. El miedo al rechazo es un freno para entablar nuevas amistades o amores. El objetivo es importante, no nos andemos con remilgos.






5) Sin victimismos. El mundo resulta en ocasiones cruel, vulgar y materialista, de acuerdo. Pero seguro que hay otras personas que pueden estar deseando conocer a alguien como nosotros.






6) Encerrarnos en nosotros mismos es reconocer la derrota. A la mayorìa la soledad nos hace daño, y nos sienta mejor tener con quién hablar, intimar y a quién querer.






7) No somos tan raros como a veces pensamos. No hay más que hablar en profundidad y confianza con cualquier persona para comprobarlo. Podemos "llenar" a más gente de la que creemos y nos pueden resultar atractivas muchas personas que tenemos muy cerca.


Fuente: Psicología - nonnop.com.ar

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NdR. Yo me preguntaría después de leer este artículo, que dirá la psicología sobre los casos de las personas que han elegido la soledad, el aislamiento, como modo de vida porque han comprobado que se sienten mejor de esta manera, porque han sentido en su propia piel la hostilidad del mundo exterior. 
 Debo reconocer que es exactamente mi caso, me he aislado, sólo comparto mi vida con mi hija (casi nada, se va en la mañana muy temprano y vuelve tarde en la noche, a lo que debo agregar que no está casi ningún fin de semana en casa, es más hace viajes largos bastante seguidos), lo cual como se verá es casi como vivir sola.
 La realidad es que yo podría compartir mi vida con otras personas como todo el mundo, tener amigos o amigas, salir, asistir a reuniones o hacerlas en mi casa. No tengo obligaciones, no trabajo por razones de salud, lo hice más de treinta años igualmente, ya me ha llegado el tiempo del descanso y del disfrute de la vida, sin embargo no lo puedo vivir así.
 Reconozco que a veces pienso que me gustaría tener una vida social como la que tuve antes de estos dos últimos años en que vivo de esta forma, pero sucede algo cada vez que me invitan a algún lado o que tengo oportunidad de salir, de encontrarme con gente en grupo y es que comienzo a sentir una especie de miedo, de angustia muy fuerte que he llegado a prepararme, vestirme para la ocasión, maquillarme, hasta perfumarme y decidir en ese momento a minutos de tener que partir que no podré hacerlo y entonces llamo avisando que no lo haré. Después de eso recupero mi tranquilidad, desaparece la ansiedad y el pánico pero aparecece un sentimiento extraño, es como un arrepentimiento sin serlo, es en realidad un convencimiento de que me hubiera gustado hacerlo pero que hice bien en no hacerlo porque ya no es para mí (aunque sólo haya sido una reunión entre amigas), porque mi tiempo de disfrute en este mundo se terminó y porque allá afuera todo es hostil y si salgo seguramente volveré dañada.
 Y así sucede todos los días de esta vida que vivo desde hace dos años cuando salí de la última vez que estuve en terapia intensiva por un problema cardíaco que tengo.
 Debo agregar en este punto que el tema no pasa exclusivamente por no querer salir de mi casa, sucede lo mismo con la posibilidad de que alguien venga a verme, ya se trate de una amiga, un familiar, un vecino, hasta la empleada doméstica, que es muy buena y que la quiero mucho, pero espero que haga todo pronto para que se vaya y me deje sola, como se verá no es algo caprichoso, seguramente tiene otro origen y para eso debería contar toda la historia de mi vida y es demasiado largo para hacerlo aquí, ya que sinceramente aunque para otros podría parecer agradable tener una vida permanentemente con cambios y no una vida quieta y monótona, la mía no lo fue así. Tuve una vida en que hasta la actualidad y a pesar de mi aislamiento tratando de encontrar la paz tan ansiada, siempre tiene alguna novedad de importancia, así fue siempre, desde muy chica.
 Creo que es necesario, yo diría imprescindible que agregue que soy separada, no tengo nietos porque mi hija mayor que hoy tendría 33 años, se la llevó en nada más que cuarenta y dos días la maldita leucemia cuando tenía tan sólo dieciseis.
 Como es de imaginar todo cambió en mi vida desde su partida, pero debo reconocer que hasta hace dos años, no viví aislada, todo lo contrario, tuve mucha ayuda terapéutica, familiar y de amigos y pude hacer muchas cosas que habían quedado pendientes en mi vida, entre ellas terminar mi carrera de abogacía, criar a mi hijita menor que tenía ocho años y ahora tiene veinticinco, luego trabajar con mi profesión, superar la separación de mi marido, en fin, hice cosas, tuve una vida sociable...tuve una vida... ahora siento que la vida pasa del otro lado de la ventana que miro de costado sentada casi todo el tiempo en mi computadora y la miro resignada viendo cuánto la disfrutan otros y pensando que hacen bien porque es la vida de ellos, ya no es mi vida, no me siento integrada para nada a esa vida que veo por la ventana, que en realidad es la misma ventana que tengo hace treinta y cinco años que vivo en esta casa, desde que me casé.
La vida para mí actualmente, son solamente mis gatos, mis perros, eventualmente mi hija menor, los objetos amados que conservo, mi jardín del fondo con sus árboles, todo su verde y su enorme, gigantesco, atesorado  y amado...silencio... sólo interrumpido de vez en cuando con las notas de algunas melodías de música clásica.

                                                                                                            Melan


La imagen que ilustra la entrada pertenece al artista plástico colombiano Fernando Botero.

martes, 1 de marzo de 2011

ERA SÓLO UN ASTEROIDE ...


Sí era sólo un pequeño asteroide, cuya órbita pasó levemente por la tierra, en realidad no la tocó, pero estuvo tan cerca... y por eso duró muy poco... porque siguió su camino de asteroide navegante del universo. Me dejó un muy bello recuerdo y algo que jamás dejaré de tener en mí, un aprendizaje, una nueva manera de sentir placer ...algo que no estaba en mi vida cotidiana, a partir de que me crucé con él lo está y permanecerá para siempre.
 Seguramente su órbita lo traerá nuevamente cerca mío, pero ya no me acercaré tanto, sólo lo suficiente como para recordarlo y de la misma manera que el resto de los mortales, nada más.
 Fue una bella experiencia, ya quedó grabada en mi alma para siempre y siempre lo sentiré como el pequeño astro que una vez llegó a traerme una ilusión ...

Melan.