martes, 1 de septiembre de 2009

AMOR, SIEMPRE AMOR, SE NECESITA HASTA EN EL ÚLTIMO INSTANTE

Hace días que me resisto a venir aquí, será porque volqué en otros sitios sentires muy fuertes, ayer por ejempo, en mi buhardilla. Dios! no pensé cuánto me llegaría ese dolor y esa muertes inocentes. Creo que hice una retrospección además. Marcando las distancias no sólo geográficas sino de condiciones de vida y sobre todo de sentimientos, de amor, ese video que ví ayer, donde un niñito de uno de los lugares donde las Hermanas de la Caridad en Kenya atienden a los moribundos, creo que se sumó a mi propio dolor en relación con mi hija. Y luego de rezar y pensar mucho, llegué a esta conclusión, el dolor mayor es que un niño muera solito y sin amor. No llegó a pasar con mi hijita, pero casi fue así.
Las terapias intensivas por lo menos hasta hace quince años eran lugares casi inexpugnables para nadie que no fuera personal de la salud y entonces los padres, en el peor momentos de la vida de nuestros hijos, estábamos obligados a dejar a nustros hijos enfermos, moribundos también, en manos de ellos, los médicos, esos seres en us mayoría fríos, para quienes en su mayoría un internado no es un ser humano, es un cuerpo, si el corazón late está vivo, sino habrá que hacerle resucitación, si se puede se lo salva y a otra cosa y a veces no y también a otra cosa. Han pasado quince años casi y sigo viendo esta clase de profesionales, me tocó el año pasado en año pasado en el Güemes de Buenos Aires, no pasa lo mismo, por lo menos es la única excepción que conozco hasta ahora en la Fundación Favaloro, es que son médicos formados por un señor ser humano. Un médico que no sólo atendía y enseñó a curar cuerpos sino también sus almas.
 A veces me reprocho por qué no peleé por eso, por qué no hice valer mi derecho de madre a estar con mis hija sus últimas horas, aunque estuviese en coma...Recuerdo sí, y no es excusa, es la exacta y pura verdad, en cuanto me dijeron que estaba gravísima me llenaron de ansiolíticos...y recuerdo haberme sentido como una autómata todo el día, aunque los ansioliolíticos igual no sacaban el miedo, es terrible recordar todo aquello, es lo peor que puede sufrir una mujer, una madre. No sé cómo lo sufren los hombres, nunca pude saber cómo se sentía mi entonces marido, jamás me lo dijo, no articulaba palabra. Imagino que sería un síntoma de dolor, pero yo necesito palabras, escritas, habladas, cantadas, gritadas si es necesario. Quizás por eso cinco años después se terminó la pareja y se terminó de romper la familia ya maltrecha por la partida de mi nena mayor, mi hija adolescente, mi muñeca hermosa de enormes y ovalados ojos negros, con pestañas larguísimas y una boquita dulce con un delicado piquito en su labio superior. Su cabello fue casi siempre largo, muy largo y ella era peticita y delgada, era realmente una muñeca, una muñeca ángel que Dios me mandó y me dejó tener, cuidar, educar, transmitir, valores, hablar, compartir, ser feliz con ella y besar, abrazar y amar ...solamente dieciseis años...es a mí sola a quien le parece o es muy poco tiempo para que un ser humano esté en el mundo? No aprendió todavía nada casi, y lo poco que pude enseñarle ...Dios!! no pudo transmitirlo....o si, a su hermanita a quien le llevaba ocho añitos. Ella ahora con 23 la recuerda con inmenso amor, pero es ya mucho más tiempo el que está sin ella que estuvo con ella. Sin embargo Noé dejó su marca en Marina, y eso fueron dos cosas sobre todas las demás que diariamente me recuerda, el amor a Jesús en primer lugar, la fé inquebrantable, a leer, Noelia amaba leer, yo le había transitido este hábito y ella lo había adquirido con todo placer  y de la misma manera se lo dejó en herencia a su hermanita y otra de las cosas que Marina siempre recuerda, es que le enseñaba a respetarnos mucho a nosotros a papá y mamá. Dice que siempre le decía, "no le tenés que contestar a mami ni a papi", "ellos ya te explicaron por qué no te permiten..."
Volviendo al tema que inicié en esta entrada, porque tuve que hacer un alto e intercalé algunos párrafos, debo decir que agradezco a Dios que existiera ese enfermero alto, delgado y morocho que jamás olvidaré que fue quien se dio cuenta que mi nena quería despedirse y me buscó y me llevó para hacerlo, y pude, y no sé de dónde pero saqué mil palabras de amor que le dije cada una de ellas casi en su oído. Casi no podía reconocer la carita de mi hija, eran tantos los cables...pero mi alma reconocía la suya y me sentí tan unida como en los momentos más felices o más temerosos de nuestras vidas. Me despedí de Noé, mi hija amada, le transmití todo mi amor, con palabras y besos y también caricias, ella estaba en coma farmacológico, aparentemente no me oía, pero no pasaron ni minutos de haber salido ... que apareció un médico a decirme que ya había ocurrido...Dios, por qué me acuerdo de todo esto ahora? Yo sé por qué!! Porque es la herida más grande que llevo en mi alma y a veces está en carne viva como ahora y sangra, y no la veo y no la puedo tocar para decirle que la amo, que la extraño, que nunca debimos ninguna de las dos haber vivido aquel momento, pero que Dios sabrá por qué dejó, permitió, lo hizo o solamente observó que sucedía. Por eso me acuerdo, porque el nenito de Kenya también como mi Noé, necesitaba irse pero con amor... Dios mío...qué nos  pasa  a las personas que ya no damos amor? Qué le pasó al mundo que ya ni se habla del amor? Si el amor no solo es necesario para vivir, el amor es necesario hasta para morir en paz!!
Ayy...hija, cuánto dolor, cuánto dolor me trajo tu pérdida física, no quería usar este lugar, vine a dejar otra cosa, pero mi alma quiso dejar este sentir que se me sale por los ojos, por los poros, por el corazón y que me innunda el alma.. Te amo Noé. Mami

Melan

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