viernes, 2 de octubre de 2009

LA MUERTE DE UN HIJO




Estuve tratando de encontrarr algún artículo sobre la muerte de un hijo para publicar aquí y me di cuenta que nadie si no le ha pasado sabe decir o escribir, aunque sea un profesional psicólogo o psiquiatra, cura o lo que fuere lo que realmente pasa en la vida de una madre, específicamente en mi caso, que ha perdido una hija adolescente.
Mañana, 3 de octubre se cumplirán quince años de la partida de mi hija Noelia. Y quizás algunos piensen que escribo "partida" como un término más literario, más decoroso, para reemplazaar al que verdaderamente debería decir, "fallecimiento", pero es que este último es tan duro, tan extremadamente doloroso, tan inmensamente ilógico en un hijo, que yo por lo menos no he podido en estos quince años utilizarlo y tampoco me interesa hacerlo. Yo soy cristiana creyente  y de verdad pienso que mi hija, su alma, partió hacia otra vida, que ella ahora está viviendo una vida diferente a la mía, pero vida al fin y mucho mejor que ésta aún, Está viviendo la vida con Jesús, está viviendo una vida celestial. Mi hija hoy a quince años de que me dejara, no me dejó del todo, me acompaña diariamente, yo la siento, la percibo, no creo que esté continuamente conmigo pero sí en determinados días o momentos.
Todos creemos que la naturaleza tiene reglas, inmutables, hechos inamovibles, la tierra gira inevitable y eternamente alrededor del sol y cada 365 días cumple un ciclo que es un año, en ese año se producen cuatro estaciones, y la realidad climática más o menos se mantiene en esas épocas de acuerdo a cada zona del planeta, las semillas si son plantadas en buena tierra y cuidadas crecen y los animales y las personas vivimos y gozamos este mundo con sus reglas naturales y de las otras. Pero si hay una regla que aún contra todo lo visto y oído cerca o lejos nuestro, en nuestra familia o en las noticias o en cualquier lugar que estemos, creemos que nunca variará, por lo menos para nosotros,  es la que nos dice que nosotros los padres moriremos antes que nuestros hijos, que van a ser ellos quienes nos van a enterrar,  no nosotros a ellos, esto es así, esto no lo pensamos nunca de otra manera, esto, al revés,  no queremos que ingrese a nuestro pensamiento como caso propio ni por un instante...No, no soportamos siquiera la idea de  pensarlo como propio: Nuestros hijos nos enterrarán a nosotros es la premisa que nos instalamos desde el momento mismo de ser padres y no hay noticia en el mundo que nos saque de esa afirmación indeleble que nos hemos impuesto en nuestra mente, porque la otra afirmación es: "podrá ser, pero a mí no me va a pasar, pobre la gente a la que le pasa" y la última afirmación que es la más odiosa y la que más me choca cuando me toca contar mi propia historia acerca de la partida de mi hija es:" Ayy no! Dios mío! yo me hubiera muerto!". Una la mira a esa madre en ese momento y tiene que armarse de toda la paciencia del mundo para no entrar en una discusión que sería casi filosófica y que empezaría con esta respuesta de mi parte por lo menos: "¿y vos creés que yo quiero menos a mi hija que vos a la tuya y por lo tanto pude sobrevivir? ¿por qué se te ocurre que yo no morí con ella y vos sí lo hubieses hecho?". Esto por supuesto daría lugar a una discusión y nunca quise entrar en ella, pero hoy tengo ganas de gritarlo: NO HE MUERTO CON ELLA PORQUE TENÍA SALUD FÍSICA Y MENTAL Y TENGO ALGO QUE TENEMOS TODOS LOS HUMANOS ; INSTINTO DE SUPERVIVENCIA!!! Y POR LO TANTO AUNQUE LO ÚNICO QUE QUERÍA EN EL MUNDO ERA MORIR, NO, NO MORÍ, NO ME SALIÓ LA MUERTE, PORQUE ESTE CUERPO ESTABA SANO Y NO QUISO MORIR, PORQUE DESCONOZCO QUE EXTRAÑA UNIÓN DE QUÍMICOS Y LUZ DIVINA HACEN QUE UNO PUEDA SOBREVIVIR A ESTO!! LA MUERTE DE UNA HIJA AMADÍSIMA!!  AUNQUE MI ALMA SE ESTIRABA HASTA EL MÁXIMO TRATANDO DE SEGUIR AL ÁNGEL QUE SE IBA. YO AMÉ, AMO Y AMARÉ A ESTA HIJA QUE PARTIÓ IGUAL O MÁS QUE CUALQUIERA DE LOS QUE PIENSEN QUE SE HUBIESEN MUERTO, PERO SI A ELLOS LES HUBIESE PASADO TAMPOCO SE HUBIESEN MUERTO, SALVO QUE ESTUVIESEN FÍSICA O MENTALMENTE ENFERMOS. 
Esto es así, no hay otra explicación a por qué no nos morimos con nuestros hijos que se van y no una menor cantidad de amor que amedrentó nuestra propia muerte. Y al fin si me pongo a hilar más fino si morí, aunque mis corazón seguió latiendo, aunque mis órganos todos sigan funcionando, sí, para aquellas tantas madres que alguna vez me dijeron eso les cuento también ¿y quién les dijo a ustedes que yo no morí también? Pero de una muerte distinta, la Melan que fuí antes del 3 de octubre de 1994 no es la misma que la posterior y NUNCA MÁS LO FUE. Lo puede probar mi otra hija, pobre chiquita mía que soporta esta madre doliente de por vida, ella siempre lo dice, yo perdí una hermana y una madre. Tengo madre pero no es la misma, es otra, que también amo, pero es otra. Estas últimas palabras de mi hija menor, la que me acompaña en la vida de este mundo, demuestran que el duelo por la muerte de un hijo es el único duelo del ser humano que no se termina JAMÁS, sí así con mayúsculas JAMÁS, y todo lo que digan, con las mejores intenciones, no lo niego, los psicólogos, integrantes de grupos de ayuda, sacerdotes, catequistas, amigos, amigas, padres, madres, etc. etc. son sólo palabras teóricas y ganas de ayudar, pero el dolor por la partida de una hija adolescente por lo menos, que es mi caso (16 años tenía mi dulce Noé) es interminable, indescriptible, lascerante, incontenible a veces y absolutamente permanente. Lo dije antes, lo repito, soy cristiana y tengo fé en la resurrección y en que habrá un reencuentro con mi hija con el cual sueño y sobrevivo, pero también espero ansiosa una conversación que cual audiencia, le tengo pedida a Dios especialmente para cuando me toque llegar...en la que espero con toda mi alma me explique solamente una cosa: por qué me sacó a mi Noelia de  mis brazos aquel tristísimo 3 de octubre de 1994. 

Melan

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